Guayaquil y su gente
Realmente lo que hace el carácter de una ciudad es la suma del carácter de su gente. Es necesario entonces, promover el desarrollo de mentes positivas en Guayaquil, para que el carácter de nuestra urbe sea fundamentalmente positivo. Una buena manera de hacer esto, es recordar a personas que en su paso por la vida y por nuestra comarca, cultivaron virtudes dignas de imitarse. Las personas que sobresalen en una sociedad con actitud recta y responsable, dedicados al trabajo honesto y fecundo para el progreso de su familia y su comunidad deben ser emuladas por los hombres y mujeres que quieren impulsar el bien común. En los últimos tres meses han fallecido dos guayaquileños cuyo tránsito por la vida ha dejado una marca positiva en la historia de Guayaquil y de la Patria.
Don Jaime Aspiazu Seminario fue un caballero a carta cabal, preocupado siempre por el destino de la Ciudad y de la Patria, a quienes estaba preparado y listo para servirlas en todo momento. Amigo sincero por igual de ricos y pobres, estaba siempre presto para dar un mensaje positivo y decir una palabra amable. Trabajador incansable del campo ecuatoriano, siendo admirado y respetado en toda la provincia de Los Ríos y especialmente en la comunidad de Palenque en donde tenía su propiedad. A Jaime, aunque era mi tío cercano, no lo traté en extensión personalmente sino unas semanas antes de su muerte, sin embargo, la conversación discurrió con franqueza, transparencia, sencillez y respeto; sentí como si hubiéramos sido amigos desde siempre. Muchos ecuatorianos hemos apreciado la seriedad, sensatez y desinterés personal con los que actuaba cuando intervino en la vida pública nacional. Muy joven fue senador funcional del Congreso Nacional. Ocupó el Ministerio de Finanzas y fue también Gerente del Banco Nacional de Fomento; ha sido diputado nacional y provincial. Tuve la oportunidad de decirle en aquella ocasión, que su actuación en las funciones publicas que le había tocado ejercer durante su vida era un ejemplo para los que quieren servir con dedicación y honestidad al país.
Al Doctor Julio Salem Dibo, lo conocí, en cambio, cuando yo era muy joven. Vivía cerca de mi casa, y frecuentemente coincidíamos cuando yo iba al colegio y el a su trabajo. Siempre me saludaba amablemente. Era amigo de mi padre, y conocido por todos como una persona justa, ecuánime, y bondadoso. Ejerció su profesión de médico con la más estricta responsabilidad y tino, atendía generosamente a los pacientes sin recursos. Sirvió durante más de treinta años a la comunidad en la sala San Gabriel del Hospital “Luis Vernaza”; fue durante muchos años profesor de Farmacología y Clínica Terapéutica en la Universidad de Guayaquil, y decano de la Facultad de Medicina. Aunque no le atraía la vida publica, ocupo la función de Director del Seguro Social en nuestra ciudad y fue representante del Presidente de la República en el directorio de Solca, durante años de gran desarrollo en esa institución. Fue querido y respetado como patriarca no solo por sus hijos sino por toda su amplia familia.
Personas como Jaime Aspiazu Seminario y Julio Salem Dibo deben ser ejemplo para los guayaquileños de hoy y de siempre. Acostumbrados al trabajo fecundo y responsable, preocupados no sólo por su interés personal, sino también por el de sus familias y de la sociedad entera. Tolerantes con las actitudes y opiniones ajenas, pero actuando siempre bajo principios sólidos. Los dos personajes demostraron durante su vida una gran y constante responsabilidad social . La grandeza de Guayaquil depende de la grandeza de la gente que la habita. Para que nuestra ciudad tenga un brillante futuro, debemos resaltar a los hijos que la han ayudado a surgir. Le rendimos homenaje a Don Julio y Don Jaime que hace poco partieron al viaje eterno. Paz en sus tumbas, pero que sus memorias vibren en el corazón de los guayaquileños y sus espíritus positivos se reflejen en el alma de las nuevas generaciones.
Dr. Benjamín Rosales Valenzuela
Publicado en: Diario EXPRESO