«El Estado soy yo»
Dicen que esta declaración fue hecha por el rey Luis XIV de Francia, quien por muchos años dirigió tiránicamente al estado francés. Eran épocas de gobiernos absolutistas en la que pocos gobernantes respetaban, en ocasiones ni convocaban por años, a las Cortes. Las decisiones judiciales estaban influidas, o dictadas, por algún funcionario real. Con la revolución norteamericana primero, y la francesa después, ambas a fines del siglo XVIII, comenzó a definirse el estado moderno, con bases democráticas griegas, en el que se determinó la separación e independencia de poderes. Uno colectivo y supremo que legisla y fiscaliza, el otro que juzga de acuerdo con leyes establecidas y, el ejecutivo que administra al Estado.
Algunas naciones latinoamericanas desde su formación se definieron como federalistas y otros como centralistas, dependiendo, en parte, de su extensión territorial. Todos respetaron, y con el tiempo fortalecieron los cabildos, antiguas organizaciones coloniales que originaron movimientos independentistas. El proceso de evolución y fortalecimiento de principios democráticos en nuestras naciones han pasado por el ‘Corsi e Ricorsi’ de la historia descrito por Vico. Algunos países han caído, en algún momento, en dictaduras, tiranías y situaciones anárquicas, incluso luego de procesos electorales válidos. Es imposible negarlo si leemos a Aristóteles cuando sarcásticamente dice: “El tirano no tiene otra misión que proteger al pueblo del rico. Siempre empezó por ser un demagogo. El medio de llegar a la tiranía es el de ganar la confianza de la multitud”. Así lo hicieron García Moreno en Ecuador, Somoza en Nicaragua o Fujmori en Perú.
Los líderes de estados modernos tienen que respetar la independencia de poderes, fortalecer los procesos de descentralización y respetar la libertad de expresión, si quieren ser recordados en la historia como demócratas. Es verdad que los tiranos pueden ser populares, e incluso eficientes en satisfacer necesidades ciudadanas, pero si vulneran libertades y principios democráticos, no dejarán de ser vistos como viles déspotas, quienes han creído que el Estado son ellos. Cuando se escriba la historia de este período presidencial, se observará la utilización de la justicia para atacar periodistas, medios de comunicación y ciudadanos que opinan distinto.
Repito por preciso lo escrito por el ‘Pájaro’ Febres Cordero el jueves pasado: “revolucionarios de mentirijillas que erigirse en dueños absolutos de la verdad y, … sobre todo a espaldas de la democracia, vapulean a todo aquel que piensa diferente, lo persiguen, lo estigmatizan, lo calumnian y, por último, pretenden aherrojarlo en la celda pestilencia del silencio, la sumisión y el vasallaje”.
Dr. Benjamín Rosales Valenzuela
Publicado en: Diario EL COMERCIO