Moral y Corrupción
La corrupción es, definitivamente, uno de los mayores males de la nación ecuatoriana. Este hecho no ha pasado desapercibido internacionalmente, ya que una O.N.G. nos ha catalogado como uno de los países más corruptos del mundo. Nuevos escándalos estallan casi cada semana: banqueros se van con los depósitos de los ahorristas; empresarios invierten préstamos fuera del negocio y quiebran artificialmente para no pagar sus deudas; autoridades se rodean de parientes y amigos en la función pública; otros financian sus campañas con extorsiones. Ya casi nadie se salva de estar involucrado en actos de corrupción. Incluso en nuestras Fuerzas Armadas los casos que se dan son más frecuentes y más graves.
La corrupción es la principal causa del empobrecimiento y del aumento de la brecha entre ricos y pobres en el país. Los recursos, tan difícilmente generados por el Estado y que deben servir para educar, sanar y apoyar el desarrollo de los más pobres, caen en manos de unos sinvergüenzas que probablemente no serán castigados por la justicia porque ésta también está corrompida.
Unas pocas personas e instituciones, como la Comisión de Control Cívico de la Corrupción, la Contraloría General del Estado y algunos medios de prensa, se esfuerzan para combatirla, pero con poco apoyo de los ciudadanos comunes y a veces sin apoyo de las principales autoridades. La falta de empeño para combatir este mal aumenta nuestro desprestigio internacionalmente y la frustración de muchos compatriotas que optan por la emigración para salir de este putrefacto estado de cosas.
La actitud de la mayoría de ciudadanos honrados es de indiferencia, de taimado silencio y, muchas veces, de un vulgar servilismo a poderosos corruptos envanecidos por sus malolientes fortunas. Esta actitud se da porque los actores de esta terrible decadencia moral son nuestros conocidos, parientes, amigos o ciudadanos o políticos defensores de nuestra región, o porque otros ya han hecho lo mismo. Siempre será más fácil callar y dejar pasar mientras no afecte nuestro personal interés. Esta actitud deshonesta y equivocada puede llevarnos a la destrucción de nuestra sociedad. Sólo hay que reflexionar acerca de lo que sucede en Argentina o Colombia para visualizar dónde nos puede llevar nuestra solapada indiferencia.
Si queremos tener un país con justicia social, con futuro entre las naciones progresistas y desarrolladas del mundo y donde los pobres tengan esperanza de un trabajo honesto y digno, debemos cambiar nuestra actitud complaciente ante la corrupción que nos rodea. Asumir una posición crítica ante los abusos de poder y el enriquecimiento ilícito, apoyar las investigaciones que esclarezcan las múltiples denuncias, exigir y ejercer “mano dura” en la aplicación de la ley y dejar a un lado nuestros intereses personales son actitudes fundamentales para que la lucha contra este mal que carcome la moral de la nación tenga éxito. Esta actitud debemos tenerla todos los ciudadanos honestos, las más altas autoridades deben dar el ejemplo, si queremos realmente sacar al país de la decadencia moral en la que ha caído.
Dr. Benjamín Rosales Valenzuela
Publicado en: Diario EL COMERCIO