Soy Huao
Hace una semana cuando estuve en Buenos Aires participando en el XII Congreso de Academias Iberoamericanas de la Historia, me enteré que en el Museo de Arte Latinoamericano presentaban el documental “Soy Huao” y aproveche para verlo. El film, de Juan Baldana, capta la vida diaria de una comunidad huaorani en la selva, se ve y oye a estos legendarios habitantes, antes conocidos como Aucas, cazando, cocinando, comiendo, jugando, durmiendo, cosechando, casi tal cual hace tres décadas; y también, asistiendo a la escuela, viendo televisión, comunicándose por radio y recibiendo víveres y medicinas por vía aérea.
Hace veinte años tuve la oportunidad de visitar una comunidad huaorani, cuando recién iniciaban el contacto con el mundo moderno, por eso, lo que más me impresionó del documental, es cuanto ha cambiado la vida de esta tribu amazónica. Entonces andaban desnudos, cubiertos sus rostros y cuerpos con pinturas, tenían impresionantes perforaciones en las orejas, sus vientres sobresalían, seguramente por abundancia parasitaria, y su andar se veía raro por la falta de calzado. Ahora, aunque conservan su lenguaje y costumbres, el hombre aún caza con cerbatana, aunque a veces con carabina, mientras la mujer extrae yuca y prepara los alimentos, ahora casi siempre con machete y ollas metálicas; en muchos aspectos se parecen a otros ecuatorianos que viven en el campo del oriente o la costa, visten igual y usan botas plásticas, juegan pelota y ecuavóley, en la escuela aprenden no solo español sino también inglés. Se alimentan con productos tradicionales, pero también con arroz, aceite, azúcar y sardinas.
Con el acceso a medicina moderna, los huaoranis de hoy tienen una vida más larga que la de sus antepasados, y con la disponibilidad de libros, radio y televisión, un horizonte mucho más amplio y mayor libertad para escoger su forma de vida, que la que tuvieron sus padres.
El documental me hizo ver cuán rápido el pueblo huaorani, estimado en cerca de dos mil individuos, ha cambiado tras el contacto con el resto de los ecuatorianos; y reflexionar sobre los Tagaeri y Taromenani, dos clanes que aún deambulan en un limitado territorio de la selva sin conocer el resto del mundo, ni comunicarse con más huaos que los suyos. Según dicen los expertos, estas dos grandes familias tienen diferentes aspectos y ni siquiera se relacionan entre sí. No exactamente calzan en la definición aristotélica de que el hombre es un animal político.
Debemos preguntarnos, ¿qué derecho tiene nadie de mantener a estos desinformados humanos sin contactarse con otros? ¿Por qué algunas organizaciones promueven justamente eso? ¿Alguien cree que los huaos del documental están peor que antes? ¿Por qué no les preguntan a ellos, ya que Aristóteles está muerto, si quieren contactarse…pero tienen miedo?
Dr. Benjamín Rosales Valenzuela
Publicado en: Diario EL COMERCIO