La mar estaba serena…
Serena estaba la mar…, a pesar de la alerta naranja que resolvió la Secretaria Nacional de Gestión de Riesgos el 10 de agosto en vísperas de un largo feriado.
Me sorprendió esta noticia, más aún cuando supe que se había prohibido el ingreso de bañistas al mar, así como todas las actividades marítimas: turísticas, deportivas y pesqueras, no solo en el perfil costanero continental sino también en las Islas Galápagos. Se había también ordenado la evacuación de Jambelí. ¿Cuánto era el costo, el daño económico causado por semejantes medidas? ¿Cuál sería el motivo de la insólita alarma si no había ocurrido un terremoto en el mar que previera algún maremoto?
Esa noche escuché que el Inocar había conocido que se acercaba un oleaje a partir del 11 de agosto. Me llamó la atención porque era la primera vez que ese Instituto reportaba información sobre los oleajes que se acercan a nuestras costas, aquella que los surfistas reciben de satélites desde hace más de doce años y utilizan, analizando la dirección e intensidad del evento, para determinar en cuales “canchas” habrá mejores condiciones para el deporte. ¿Cuál era la razón del alboroto? Oleajes desde diferentes direcciones llegan a nuestras costas una o dos veces por mes, y el tamaño previsto de dos metros no es raro en nuestro pacifico océano.
El viernes que llegue a Salinas vi que el mar de la bahía estaba tranquilo, lo que se explica porque el oleaje venia del sur y la Puntilla actúa como inmenso rompeolas. Recién esa tarde, ante evidencias de la absurda medida, bajaron la alerta. No podían hacer cumplir la prohibición de que turistas, que viajaron a la playa a pesar de la advertencia, se bañaran en las placidas aguas. Sin embargo, la disposición de abrir mi playa favorita, la FAE, no se dio sino el domingo, por lo que tuve que viajar al norte para aprovechar surfeando unas olas del tan escandalizado oleaje.
Las autoridades turísticas y de la SNGR deben inteligenciarse más sobre nuestra geografía, la intensidad y dirección de los oleajes, prácticas deportivas, turísticas y otras circunstancias oceánicas, antes de evaluar riesgos y dar disposiciones al respecto. Cuando un oleaje mayor se acerca, y su trayectoria afectaría algunas playas, deben advertirse a los usuarios, proveer salvavidas en los sitios peligrosos, e incluso prohibir acceso en los de mayores riesgos. Excepto claro, a surfistas, quienes precisamente los esperan para practicar su deporte. Cuando se estima que un oleaje, más aún si coincide con un aguaje, chocará en un sector de la costa, lo recomendable es que las embarcaciones zarpen y anclen mar afuera para evitar daños.
Parecería que algunas autoridades, personas reputadas como responsables, se han contagiado de irreflexión y prepotencia, y ahora toman precipitadas decisiones que resultan perjudiciales para la ciudadanía.
Dr. Benjamín Rosales Valenzuela
Publicado en: Diario EL COMERCIO