Bolívar, ni santo, ni usurpador.
La publicación del libro “Historia de Guayaquil” ha causado controversia, entre otras razones, porque sus autores califican al Libertador Bolívar como usurpador, por no haber permitido que Guayaquil decida democráticamente su destino, sino que más bien, impusiera con la presencia de 5000 soldados colombianos, la incorporación de la ciudad a Colombia. Hace pocos meses leí “Bolívar, Libertador y Enemigo No. 1 del Perú”, en el que el escritor peruano Herbert Morote divulga las deportaciones, fusilamientos y encarcelamientos que ordenó Bolívar contra los que se oponían a sus designios “antidemocráticos y antiperuanos”. Los santanderistas en Colombia no esconden las actitudes despóticas del Libertador cuando quiso imponer la autoritaria Constitución a su regreso del Perú. En realidad, no debemos escandalizarnos porque historiadores de Lima, Guayaquil o Bogotá, desmitifiquen la figura de Bolívar, la humanicen resaltando sus éxitos políticos y militares sin esconder sus abusos e imposiciones. Como todos los héroes que pueblos y políticos mitifican, el era un hombre con ambiciones y defectos.
Villamil menciona los tres partidos que había en Guayaquil cuando Bolívar llegó en julio de 1822, el más popular y más fuerte era el de la Independencia, el peruano no dejaba de ser respetable, y el que estaba a favor de Colombia, se componía de hombres resueltos, y apoyado por el ejercito del Libertador, debía necesariamente triunfar. Sin embargo, no hay constancia de acciones violentas en contra de los opositores a la incorporación, que ocurrió luego de la petición de ilustres guayaquileños, partidarios de la causa colombiana, y por aclamación de ciudadanos que admiraban a Bolívar por su arrojo y victorias en Boyacá y Carabobo. Además Quito, Cuenca y Portoviejo ya se habían adherido a Colombia, y en Guayaquil existía un sentimiento nacional demostrado por la formación, enseguida después de la Independencia de Octubre de 1820, de la División Protectora de Quito, léase Ecuador, que heredó el territorio de la Audiencia colonial.
Si es que hubo imposición sobre la voluntad de la ciudad en julio de 1822, los más importantes líderes de Guayaquil pronto lo olvidaron. De otra manera, no se explica que el insigne poeta Olmedo glorificara al Libertador en el célebre “Canto a Junín”, ni que Guayaquil hubiera erigido un monumento en su honor en 1889, antes incluso, que muchas ciudades liberadas por el.
Conociendo el pensamiento de Bolívar sobre la creación de un estado poderoso que contrarrestara a la unión anglosajona, difícilmente el hubiera permitido que el importante puerto de Guayaquil quedara afuera de la gran nación que pretendía crear. El Libertador tenía motivos geopolíticos para imponer la unión de Guayaquil, y debemos reconocer que esa decisión permitió la posterior conformación del estado ecuatoriano. No cabe entonces llamarlo usurpador.
Dr. Benjamín Rosales Valenzuela
Publicado en: Diario EL COMERCIO