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Es penoso que cuarenta días después de una sublevación policial por asuntos de prebendas laborales, sigamos comentando de lo mismo. Es verdad que fue un evento bochornoso, sobretodo porque cuando el Presidente se expuso innecesariamente ante la tropa, fue vejado de palabra y hecho. Los autores de ese atropello deben ser castigados. Pero hasta ahí nomás. Tanto el primer mandatario, como asambleístas, fiscales, jueces y otros altos funcionarios del estado deben buscar soluciones el gravísimo problema de inseguridad ciudadana que impide y dificulta el desarrollo de todas las actividades productivas, afectando la generación de empleos.
El tema del 30 S continúa como titular mientras los verdaderos problemas crecen, porque el gobierno está dedicado a una especie de “cacería de brujas” para encontrar culpables de los supuestos intento de magnicidio y conspiración contra el poder constituido. Yo entiendo que se haya tenido esa impresión luego de las primeras horas en que las circunstancias de los hechos eran confusos, e incluso que se la haya sostenido unos días para victimizar a Rafael Correa porque era conveniente políticamente, pero luego de un par de semanas, debemos volver a la realidad y trabajar para solucionar los verdaderos problemas del país.
El riesgo de seguir manteniendo la teoría de la conspiración, torciendo hechos y forzando evidencias en el intento de convencer a los demás sobre esta, es que la credibilidad y seriedad del Presidente se menoscabe aún más, no solo nacional sino internacionalmente. La revista británica “The Economist”, conocida por su objetividad tituló: “Una huelga contra la democracia” al artículo de la semana del 8 de octubre en el que comentaba los sucesos del 30 S en Ecuador. Entonces ya se pregunta: “Ciertamente fue feo, ilegal e inaceptable, pero ¿fue el motín un golpe, como insiste el Sr. Correa?”. Aclara el prestigioso semanario que no hubo ningún líder que demande la renuncia de Correa o proclame un nuevo gobierno, y que el jefe de la Fuerzas Armadas, el Gral. González, dio público apoyo a la democracia, circunstancias que desvanecen la teoría de la conspiración.
Los afanes de involucrar a Cesar Carrión como magnicida y conspirador son burdos y ruines, pero más grave es que las instancias judiciales, sin el debido proceso y solo por la manifestada voluntad presidencial, lo hayan encarcelado. Peor aún, cuando evidencias fílmicas y fotográficas muestran al director del hospital como salvador del Presidente, al abrirle la puerta que lo puso a buen recaudo de las turbas enardecidas que amenazaban su integridad en el Regimiento Quito.
Hay que pasar esta página negra de la historia del Ecuador, el Presidente Correa debe dar oídos a los que piden que inicie una etapa de diálogo constructivo en su gobierno, necesitamos impulsar la producción y generar empleo para que progrese el país.
Dr. Benjamín Rosales Valenzuela
Publicado en: Diario EL COMERCIO